Desde que somos pequeños, nos preguntan qué queremos ser de mayores: médico, abogado, arquitecto… funcionario. Pero casi nadie nos pregunta qué queremos hacer para que, cuando suene el despertador, no tengamos pereza de levantarnos. Para que todo el día estemos conectados con aquello que nos apasiona.
El problema es que, cuando compartes con alguien que quieres vivir de lo que te apasiona, los iluminados de siempre te pinchan el globo de la ilusión. Te sueltan frases como: —“Eso no es un trabajo, es un hobby.” —“Eso no da dinero.” —“Mejor busca algo seguro.” Y así, entre consejos de miedo, te van sembrando dudas.
A mí me pasó. Durante años llevé una doble vida, como un agente secreto: por las mañanas, profesor; por las tardes, entrenador. Y lo peor no era el cansancio, sino haberme creído el discurso de los demás. No me atreví a seguir mi sueño. Me quedé con las “lentejas seguras” del profesor y renuncié, sin darme cuenta, a lo que realmente me movía. Vivía cómodo. Nadie me empujó, nadie me acompañó. Pero esa… es otra historia.
Escribo esto porque ahora son mis hijos los que están en el punto de elegir su camino, de convertir sus talentos y pasiones en realidad. Y qué difícil es tomar decisiones de vida cuando apenas estás empezando a vivir. Por eso, cada día les repito lo mismo: —“Descartad lo que no queréis hacer. Y cuando encontréis lo que os gusta, id todo recto.” A los lados estaremos los padres, no para sostener, sino para acompañar. Y si se desvían… colleja y de nuevo al camino.
Sí, lo sé, suena bruto. Es mi ADN. Lo único que quiero es que mis hijos, mis alumnos y mis jugadores hagan sus sueños realidad, pero con tres ingredientes básicos: Talento, disciplina y orden. Si alguno falla, estás jugando a la lotería.
Y si se equivocan, no pasa nada. La vida está llena de caminos que llevan al mismo sitio. Porque al final, todos acabaremos oliendo las margaritas por las raíces. Así que hagamos de este videojuego llamado vida una partida apasionante y divertida. Estamos solo de paso.