El Cajón

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Hay días en los que llegas a casa con la cabeza echando humo.

No lo dices, pero se te nota en la cara. En el tono. En cómo respondes sin estar.

El otro día leí una historia que me dejó pensando.

Un tipo llegaba a casa y, cada vez que cruzaba la puerta, se vaciaba los bolsillos en un mueble. Pero no llevaba nada. Ni llaves. Ni monedas. Ni papeles.

Alguien le preguntó:
—¿Por qué haces eso?

Y contestó:
—Porque no quiero que mis problemas entren conmigo. Lo que pasa fuera, se queda fuera. Aquí dentro están los míos. Y no tienen por qué pagar por lo de fuera.

Desde entonces no dejo de darle vueltas.

Porque tú y yo vamos cargados: padres que protestan, chavales que no escuchan, entrenos que no salen. Y todo eso se cuela en casa si no lo dejamos fuera.

Y al final revientas. Con quien no toca. En el momento menos oportuno.

Ese tipo no era un sabio. Solo entendió algo antes:

Si no decides qué entra contigo en casa, lo arrastras todo.

Hazte un mueble. Literal o imaginario. Pero vacía los bolsillos antes de entrar.