Spoiler
Antes, casi todo lo que hacía —jugar un partido, una final, preparar una reunión, dar una clase— lo vivía como si fuera vida o muerte.
Tenía que ser la hostia.
Tenía que salir perfecto.
Todo tenía que encajar como en mi cabeza.
Pero casi nunca pasaba. Y me frustraba.
Hasta el punto de sentirme mal y aislarme.
Perder era una catástrofe. Ganar, el salvavidas que me daba oxígeno para no ahogarme en las gilipolleces que nos contamos cuando no conseguimos lo que queremos.
¿Ahora que tengo más experiencia, ya no me pasa?
Sí, claro que me pasa. Pero me afecta menos.
Cuando me pasa, sudo aceite y lo dejo pasar.
Porque era lo que tenía que vivir.
Y saco aprendizajes nuevos.
Entrenar o dar clase no va de ser perfecto.
Ni de ganar siempre.
Ni de demostrar nada.
Va de que el jugador entienda por qué hace lo que hace.
Que se levante cuando falla.
Que vuelva aunque duela.
Que ame el esfuerzo. Que repita hasta que le salga.
Eso sí es ganar. Porque eso lo ganas para toda la vida.
Y eso se entrena:
Con esfuerzo diario.
Con rutinas.
Con disciplina.
P.D.1: Si cada vez que fallas te frustras, este email era para ti.
P.D.2: Y si hoy entrenaste aunque no te saliera perfecto, también. Vas bien.