Durante años, me engañé.
Creía que entrenar era acumular material, llenar la pista de conos, vallas y balones de colores. Pensaba que cuanto más visual, más profesional parecía. Pero un día entendí quién era el verdadero protagonista: el jugador, no el material.
Ese día hice números. Calculé lo que gastábamos en material que no servía para nada real y me reí solo. Por fin entendí que menos es más. Dibujé una lista simple: cada jugador, un balón; cada uno, su responsabilidad. Desde entonces, el maletero de mi coche dejó de parecer una tienda de deportes. Y mis jugadores aprendieron algo más grande que una táctica: la responsabilidad sobre su propio aprendizaje.
Dejar de engañarme fue dejar de falsear el entrenamiento.
Si las situaciones que creamos no se parecen al partido, no enseñamos. Jugamos a entrenar, pero no entrenamos para jugar. Por eso, me pasé al minimalismo deportivo: entrenar con lo justo, pero con sentido. Cada ejercicio, una situación real. Cada sesión, un reflejo del juego. Todo lo demás, ruido.
Desde entonces, todo en mis entrenamientos es un partido.
Aplicamos el reglamento desde el minuto uno. Competimos, aprendemos y creamos pequeñas secuencias del juego real. Así, el jugador automatiza decisiones, entiende el porqué de cada acción y desarrolla algo mucho más valioso que la técnica: lectura del juego.
Porque entrenar no es repetir por repetir; es enseñar a pensar en movimiento.
Cuando los jugadores comprenden que todo el entrenamiento es un partido, cambia su energía. La intensidad sube, las distracciones bajan. Todo tiene propósito. Si uso marcador electrónico, no es por estética: es para enseñarles a gestionar el tiempo, el esfuerzo y la presión, justo como lo harán en competición.
Al final, esta forma de entrenar enseña más que táctica o sistema. Enseña vida.
Les repito siempre: “Lo que no se entrena, no mejora.”
Y les recuerdo otra cosa: “En la vida también se juega con reglas. Aprende a respetarlas y a competir dentro de ellas.”
Porque entrenar con realismo es educar con sentido.
Y cuando el jugador te pregunta: “¿Vamos a jugar un partido de verdad?”, la respuesta es sencilla:
“Sí. Siempre. Porque todo es un partido.”