Nadie te paga las horas invisibles.

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Ser entrenador es vivir en modo 24/7.
Da igual que sea lunes o domingo: la cabeza no para.
Vas al súper y piensas en la defensa.
Te acuestas y repasas la sesión del día siguiente.
Despiertas con la sensación de seguir en el banquillo.

Nadie te paga eso.
Ni el tiempo que pasas dándole vueltas,
ni las comidas en las que no estás,
ni las noches en las que el cuerpo duerme
pero la cabeza sigue de guardia.
Mi madre siempre me lo decía:
— Hijo, esto te gusta, pero estás dejando muchas cosas atrás.
Y tenía razón.

He renunciado a planes, a tiempo, a gente.
No porque alguien me obligara, sino porque lo elegí.
Nadie me obligó: yo quise hacerlo.
Lo elegí porque me apasionaba.
Y las pasiones, cuando mandan, no negocian.

Durante años preparé equipos que nunca llegué a ver explotar.
Formaba jugadores, los veía crecer…
y justo cuando iban a romper, otro se quedaba con ellos.

Al principio jode.
Sientes que te han robado algo.
Pero con el tiempo entiendes que ese algo no te pertenecía.
Solo estabas ahí para acompañar una parte del viaje.
Luego toca soltar.
Y soltar duele, pero libera.

Eso se llama desapego, y es de las lecciones más duras del oficio.
No todo lo que siembras lo recogerás tú.
A veces el fruto sale mucho más tarde,
cuando ya ni estás en ese club.
Y está bien.
Ser entrenador es eso: sembrar sin exigir cosecha.

Hay quien lo llama vocación.
Y sí, lo es.
Porque si esto fuera por dinero o reconocimiento,
habríamos cerrado el chiringuito hace tiempo.

Ser entrenador no es sentarse a ganar el fin de semana.
Es guiar, apoyar, escuchar, sostener.
Y eso no se mide en horas.
Ni se factura.

Si un día esas horas invisibles se pagaran,
no cambiaría nada.
Seguiría haciéndolo igual.
Porque está en el ADN.
Y si no lo tienes, mejor no lo intentes.

Las horas invisibles no salen en nómina,
pero dejan huella.
En ti, en los que entrenas,
y en la forma en que eliges vivir.

El que quiera ser entrenador, que sepa esto:
las horas invisibles no se pagan…
se viven, se experimentan y te las llevas contigo a todos lados.