El Partido en formación

Durante años, el día del partido fue el centro de mi semana. Lo esperaba con una mezcla de nervios y deseo, como si todo dependiera de ese momento.

La víspera no dormía y las horas previas se hacían eternas. Solo pensaba en que comenzara.

Pero cuando el partido empezaba, todo pasaba tan rápido que, al terminar, apenas recordaba lo vivido. Estaba, sí, pero sin estar del todo presente.

Ese magnetismo no se pierde con los años. Jugadores y entrenadores seguimos esperando el partido con la misma ilusión.

Con el tiempo comprendí algo esencial: el partido no es el final de nada, es la continuidad.

Es la prolongación del entrenamiento, el espacio donde se consolidan hábitos y aprendizajes.

Durante mucho tiempo lo entendí al revés. Preparaba ambientes “especiales”: música, discursos, rituales distintos.

Creía que así motivaba. En realidad, descolocaba al equipo y rompía la coherencia del trabajo semanal.

Hasta que me di cuenta de que el sábado no debía ser distinto: debía ser la consecuencia natural del lunes al viernes.

La rutina, cuando tiene sentido, da seguridad.

El partido te devuelve lo que entrenas… y lo que no.

Muestra tus hábitos, tu método, tus incoherencias.

Si entrenas con orden, fluye; si entrenas en el caos, el caos aparece.

Por eso insisto tanto en que el verdadero objetivo no es ganar, sino estar presente: en la jugada, en el error, en la corrección.

Cuando aceptamos que el resultado no es lo más importante, cambia todo.

El partido deja de ser un estrés para todos y se convierte en un entrenamiento con público.

Cada partido es una oportunidad para aprender, para crecer y para formar personas que compiten sin perder la cabeza.

En fin, ahora te toca a ti transmitir a tu entorno esta filosofía del deporte formativo.

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